jueves, 1 de septiembre de 2011

7 - Mi Revancha (parte 3)

No juntaron las firmas. No juntaron la guita. Pero ya la tengo escrita. Si la publico, lo hago por mí, no por ustedes. Como método de protesta, la publico “invisible”.

Ya estoy adentro. Se respiran aires de música. León estaba en el baño y me dice que pase al living. Me siento con Luisito en un sillón. El agarra un charango y se pone a tirar unos acordes (“tirar unos acordes” dije… creo que mande fruta como loco). Me comenta que tienen entradas para ir a Hollywood Bowl, a ver a un tipo tocar (me dijo el nombre, pero no hay forma que pudiera retener eso).
León se acerca descalzo, se sienta, y se empieza a poner las zapatillas. Me habla de lo increíble que es el Hollywood Bowl, que tengo que ir, que ahí tocaron los Beatles, que la gente lleva comida y bebidas al lugar, y terminan todos mamados (lo de “mamados” lo dijo él, no modifique ninguna palabra).
No sé cómo, le pregunto el motivo por el cual viene a LA para grabar un disco. Conviene por los equipos? La gente? La guita? Me dice que tiene “espaldas” para hacerlo, y por eso lo hace. Más caro, si. Mucho más caro (me comenta que hacer un discazo en ARG puede costar 10/15 lucas rucula, y que acá cuesta 50). Pero acá los músicos son mucho mejores, me dice. Y también el tipo que tiene los equipos, con el que laburamos. Nos propone cosas, pero sin entrometerse en nuestra música. Y además nos consigue a todos los músicos que necesitamos. Acá tocan, pero respetan también los silencios. Y eso es importante. En Argentina eso no pasa. Te meten un acorde en cualquier momento. Quieren mostrarse. Hasta en eso quedamos expuestos como somos los argentinos, le digo. Nos reímos. Pero dan ganas de llorar.
Me cuenta que los músicos acá cobran por hora, o por día. Depende. Depende de si trabajaron 24 hs o no. Cuac. A partir de acá, León me empezó a tirar miles y miles de nombres de yanquis supuestamente muy grosos que tocan acá, o que tocaron con él en algún disco, o que ya no tienen ganas de tocar. Creo que él se daba cuenta que yo no conocía a nadie, pero no le importaba, estaba con ganas de hablar. Así transcurrieron varios minutos… me ofrece una cerveza, pero se da cuenta que no tiene en la heladera, entonces cambia la oferta por una coca. No, gracias, ya estoy cansado de tomar coca, le digo. Además, se tenían que ir... no quería “instalarme”. Aunque hubiera estado buenísimo que volvieran del show y Luisito me encontrara durmiendo en su cama.
Me cuenta que la canción del bicentenario que hizo con Porchetto, la completo acá, con un tipo que había tocado “Imagine” con Lennon. Escuchaste la canción?, me pregunta. Sonó en los festejos del bicentenario? Porque no la tengo, le digo. Si, sonó. Entonces la debo haber escuchado, aunque sea de pasada. Cuando volví al departamento, la busque y la escuche. Por primera vez.
De lo último que me acuerdo que hablamos fue de “El Ángel de la Bicicleta”. Me conto que tenía que mezclar rock y cumbia. El rock lo busco acá, me dice. Están más adelante que nosotros. Pero la cumbia, si o si la tengo que buscar en Argentina. Ahí llame a los Pibes Chorros, que me dieron una mano. Es más, una vez que terminamos el tema, me vine para acá y lo hice grabar al baterista de Bob Dylan para agregarlo en la canción. De cada lugar, lo mejor, concluye.
Les dejo la canción para que distingan lo que les acabo de contar:


A Luisito ya se lo veía impaciente. No estaba disfrutando tanto como yo, ni se sentía tan cómodo como León. Entonces en ese momento tira un: “No quiero joder, pero ya son 7 y media pasadas, nos tendríamos que ir”. Pero la piba no viene para acá?, pregunta León. No, la tenemos que pasar a buscar, contesta. Uhhh, dice León, no me acordaba de eso, pensé que venía. Bueno, dale vamos. Nos levantamos, León agarra una pepsi light de la heladera para llevar al recital, salimos del departamento, y caminamos juntos unos metros, hasta la salida. En ese tramo me preguntan de nuevo que ando haciendo y hasta cuando me quedo.
Ya afuera, divisamos una tremenda rubia que pasaba caminando. Nos miramos los 3 y no lo podíamos creer. “Que fuerte que esta la rubia” fue lo que más se escucho decir en ese momento. Nos reímos. Nos despedimos a la distancia, y cada uno siguió su rumbo. En los días siguientes no lo volví a ver.
Me quedo con el final de la historia, la parte de la rubia. Uno podrá ser un músico genial. El otro, un tipo que se ve que tiene talento, pero que la gente no se lo reconoce demasiado. Y el otro, Luisito. (Chiste fácil). Pero los 3, argentinos. En eso somos iguales.

2 comentarios:

Lau dijo...

Las ganas de contar el final de la historia eran tan fuertes que lo hiciste a pesar de no reunir las 25 firmas y los $50. Pura amenaza lo tuyo resultó ser...

jenn dijo...

Muy buena la 3era parte!!! al fin llego... tanto que se hacia desear.
Te esperamos en Arg para que las historias las cuentes personalmente
Besosssss